Técnicamente hablando LA BIBLIA no es un libro sino una pequeña biblioteca que reúne 73 libros en la versión católica (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento) y 66 en la versión protestante (39 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento). Por descontado que me refiero a LA BIBLIA cristiana, ya que la judía diverge y no poco con la cristiana. En una primera aproximación a su estudio debemos tener en cuenta que cuando hablamos de LA BIBLIA (a partir de ahora entendida siempre como la versión cristiana) hablamos de un constructo literario frankensteiniano, pues se solapan una gran cantidad de libros escritos por muchos autores diferentes, en un periodo demasiado largo de tiempo (desde el siglo VIII antes de la Era Común hasta el siglo II de la Era Común) e intentando mezclar tradiciones creyentes muy dispares, lo cual queda patente en la gran cantidad de contradicciones irreconciliables desde una perspectiva crítica, que use el raciocinio sobrio y vaya mucho más allá de la mera aceptación creyente.
Se trata de un conjunto de libros canónicos (el canon bíblico es la lista de libros aceptados por la Iglesia católica y otras confesiones protestantes u ortodoxas) que las religiones abrahámicas de tipo monoteísta consideran producto de la inspiración divina y por tanto, sagrados e inmutables, reflejando la presunta relación entre Dios y la humanidad.
Entonces aquí tropezamos con la primera incógnita a despejar: ¿De qué hablamos cuando hablamos de Dios? Considero que es una de las preguntas más importantes que debe formularse cualquier ser humano, pues forma parte de nuestra historia como especie (y probablemente también forme parte de nuestra prehistoria). Objetivamente hablando no existe un ser ni físico ni metafísico corroborable con hechos ni evidencias que responda al nombre de Dios. Por tanto cuando hablamos de Dios hablamos en principio de una idea inexistente, inverificable, inexperimentable e irrefutable por los cinco sentidos (única forma de orientación, experimentación y desarrollo vital que tenemos como seres vivos). Lo cual deja esa idea en manos de lo subjetivo y del mundo de las creencias personales. O crees en Dios o no crees en Dios. Por supuesto que me refiero a la verificación factual de su existencia como algo corroborable por los sentidos independientemente de la interpretación que se le dé. Dios en realidad es un concepto. Un concepto filosófico, teológico y antropológico que hace referencia a una deidad suprema, es decir, a una entidad sobrenatural metafísica cuya relación con el ser humano es convertirse en el objeto principal de fe. Como dije más arriba, el concepto Dios queda reducido a dos opciones siempre personales, siempre subjetivas y siempre intransferibles: o crees en ello o no crees. Y tanto una decisión como la otra proviene de toda una serie de características individuales que definen las necesidades, deseos y anhelos de cada cual. Hay personas que necesitan creer por diversos motivos y su fe será inamovible pase lo que pase. Hay personas que no necesitan creer también por diversos motivos y a menos que puedan comprobar la existencia de Dios (con lo cual, si sucediera, ya no sería una creencia sino un hecho) nunca creerán.
Sería incorrecto decir que LA BIBLIA (como dicen judíos y cristianos) es un reflejo o registro de la relación entre Dios y la humanidad. Lo cierto es que LA BIBLIA, en todo caso, es el reflejo de una concepción divina nacida en Oriente Medio hace unos tres milenios a lo sumo; una concepción más entre tantas que hemos inventado los seres humanos desde el comienzo de la Historia como mínimo. Aunque esa concepción ha terminado permeando toda la cultura occidental y gran parte del mundo, debido al afán proselitista, evangelizador y totalitario e intolerante (aunque, eso sí, en nombre de la tolerancia) de las tres religiones abrahámicas que sustentan esa concepción: judaísmo, cristianismo e islamismo.
La PRESENTACIÓN (página VII) a mi edición diminuta en formato bolsillo de LA BIBLIA (publicada por Herder Editorial, de Barcelona, en 2004, 1ª edición, 3ª impresión) aprobada por la Conferencia Episcopal Española en 2003, es muy elocuente. Josep M. Soler, Abad de Montserrat, pregunta nada más empezar: "¿Se puede decir una palabra introductoria a la Palabra? ¿No podría aparecer como una pretensión demasiado humana esta de querer decir algo previo a la Palabra de Dios?". No obstante se trata de dos preguntas en una retóricas por completo, pues luego se justifica de inmediato y se responde a sí mismo escribiendo unas páginas de introducción.
Siempre me ha fascinado el comportamiento peculiar y sui géneris de nuestra especie. ¿Palabra de Dios, en mayúscula y palabra del hombre, en minúscula? Mis preguntas procedentes de la perplejidad son: ¿Cómo podemos llegar a creer tanto en una entelequia sin posibilidad de verificación alguna como Dios hasta afirmar que LA BIBLIA es o refleja su Palabra? ¿Qué Palabra ha dicho o escrito explícitamente el Dios judeocristiano en la antigüedad o a lo largo de la Historia? ¿No somos más bien nosotros quienes escribimos esa Palabra para luego atribuírsela a la inspiración divina? ¿Y cómo se distingue esa inspiración del autoengaño y el fraude impostado? ¿Qué requisitos, qué parámetros, qué reglas, qué método hay para poder discernir la verdadera inspiración divina de la falsa o de la que simplemente es una palabra humana cualquiera? Si yo ahora mismo escribo un libro y digo que es producto de la inspiración divina: ¿Cómo se sabe que lo es o que no lo es? Si nadie cree en mi libro: ¿Entonces eso significa que no está escrito por inspiración divina? ¿Cambiaría algo si 1.000 millones de personas creyeran que sí lo es? En 1995 el novelista estadounidense Neale Donald Walsch (nacido el 10 de septiembre de 1943 en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos) publicó el primer volumen de su trilogía superventas CONVERSACIONES CON DIOS. Una experiencia extraordinaria, donde, presuntamente, el autor conversa con Dios, transmitiendo creencias convergentes con el movimiento espiritual Nueva Era. ¿Habló verdaderamente Walsch con Dios y por tanto sus libros son de inspiración divina o solo se trata de un fenómeno literario editorial superventas del momento, sin más? ¿Quién decide las respuestas a mis preguntas y por qué? Considero que los hechos históricos nos responden por sí mismos: un cónclave de seres humanos autoproclamados como expertos en el tema (sacerdotes, obispos, cardenales, doctores en teología, etcétera) se juntan las veces que haga falta y deciden qué libros son inspiración divina y qué libros no. Luego, esos creadores e iniciadores de una religión autorizan a otros con rangos y grados jerárquicos similares y así sucesivamente. Hasta que se produce una revolución religiosa de protesta y entonces pasan a ser las nuevas autoridades (pastores) quienes deciden lo mismo. ¿No es, por tanto, todo esto más bien un invento humano arbitrario y demasiado falible, procedente de la imaginación e intereses colectivos compartidos, con la intención de crear una comunidad de creyentes que acepten y acaten los dogmas de fe porque sí? Cada cual deberá responderse a sí mismo.
Por descontado un creyente cristiano cree a pies juntillas que LA BIBLIA (la Biblia establecida por las autoridades de su confesión particular) es la Sagrada Escritura que contiene la revelación de Dios a la humanidad. Pero hay otro dato interesante a mi parecer: la elaboración bíblica "abarca varios siglos, y va desde los orígenes más remotos de las tradiciones patriarcales del pueblo de Israel hasta los últimos testimonios de las primeras comunidades cristianas respecto a Jesús de Nazaret" (página VII). Pero lo significativo viene unos párrafos más abajo: "En primer lugar Dios elige a un pueblo. Y le va revelando progresivamente un plan especial para él, un itinerario geográfico y espiritual a la vez. La Palabra de Dios sella una alianza con Israel", es decir, que se trata de algo autóctono, ideado por el mismo pueblo que se inventa esa concepción divina y la hace suya en exclusiva. ¿Qué pintan, entonces, los cristianos ahí? ¿No es, por tanto, el cristianismo una usurpación ilegítima que se apropia de algo que en origen no le pertenece y luego empieza a añadir nuevas revelaciones divinas para hacer suyo algo que en realidad nunca lo fue? De ahí que la solución venga después: "Una elección, sin embargo, que tiene como objetivo la salvación de todas las naciones". Ya. Bueno. Me parece que los judíos no lo ven de la misma forma. ¿Quién tiene, entonces, razón a ojos de Dios?
Pocas cosas veo tan peligrosas en el acontecer de nuestra historia como ciertas ideas, donde destacaría dos: creerse un pueblo elegido y aspirar como meta a la salvación de todas las naciones. ¿No tenemos suficientes hechos históricos como para averiguar si indagamos un poco los lugares comunes y comportamientos a los que nos ha conducido regir nuestra vidas por ideas tan resbaladizas y arriesgadas como esas? Siempre me ha generado mucha curiosidad la existencia de una entidad sobrenatural con las características atribuidas por los monoteísmos a Dios. ¿Por qué, entonces, ha sido necesario imponer a la fuerza las creencias religiosas que defienden la existencia de esa entelequia? De existir, ¿no sería más fácil percibirlo a ojos vista con evidencias inequívocas? ¿Dios, de existir, estaría de acuerdo con Teodosio I el Grande (347-395) o con los cruzados que aniquilaron a los cátaros, o tal vez serían de su agrado los inquisidores, actuando todos ellos en nombre de la fe y la defensa de la Palabra Divina, convencidos ciegamente de tener la verdad? En las guerras de religión entre católicos y protestantes... ¿Dios estaba con los católicos o con los protestantes? ¿Ganar o perder era cuestión de voluntad divina que hacía así su elección sobre los acertados y los equivocados, o simplemente Dios se remitía a la cacareada cuestión del libre albedrío, lo cual es como afirmar que ganaba quien tenía mejores ejércitos e imponía una mejor estrategia militar o simplemente la suerte le favorecía? Es curioso (o por lo menos a mí me lo parece) que durante más de dos milenios todavía no se haya pronunciado explícitamente Dios ante estas y otras preguntas que, casi seguro, algunos también se hacen. Más curioso me parece que no se pronuncie tras llevar a rastras a 2.400 millones de cristianos en todo el mundo, opinando y actuando en su nombre. El hecho de no pronunciarse me lleva, como mínimo, a reflexionar que igual no lo hace porque, tal vez, no exista y solo sea un producto de nuestra imaginación. Pero podría haber muchos otros motivos, así que dejo abierta la cuestión para que cada cual reflexione por su cuenta.
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