lunes, 5 de agosto de 2024

'MIGUEL RICART. MÁS ALLÁ DE ALCÀSSER' de Bibi Ruiz (reseña)

Acabo de leer el libro MIGUEL RICART. MÁS ALLÁ DE ALCÀSSER. BIOGRAFÍA AUTORIZADA.

   Escrito por el informático y autor español Bibi Ruiz.

   Mi ejemplar es una primera edición original en castellano publicada en junio de 2024 por una desconocida editorial valenciana que, parece ser, empezó su aventura independiente y a muy pequeña escala en el mundo de la edición hace poco: La Cueva Editorial. En el formato, en la edición, en el tratamiento ortográfico y ortotipográfico de la impresión, se nota y mucho el tipo de editorial ante la que estamos, rozando la autoedición sin medios y por tanto, haciendo lo que buenamente han podido. Hay poca calidad, aunque, no obstante, el libro se deja leer.

   Se trata de una novela autobiográfica cuya intención es exponer la vida y las opiniones subjetivas personales del criminal español Miguel Ricart Tárrega, nacido el 12 de septiembre de 1969 en Catarroja, Valencia, España. Ha sido uno de los libros más difíciles de leer en toda mi vida, debido a los dilemas morales que plantea tanto su lectura como esta reseña: ¿Estaré dando voz, protagonismo y lo peor de todo, pagando encima dinero por el testimonio de un violador, torturador y asesino de tres adolescentes menores que se declara cínicamente inocente? ¿Se trata, entonces, de un caso de verdadero error judicial grave y es cierto todo lo que afirma en su libro, siendo inocente y uno de esos casos de intolerable injusticia policial y legislativa? Sinceramente no tengo ni la más remota idea sobre la respuesta a estas preguntas. No soy criminólogo, ni forense, ni abogado, ni juez. Pero lo más importante de todo: no tengo la "capacidad divina" que necesitaría para saber la verdad, es decir, omnisciencia. Lo único de lo que estoy seguro es de una cosa: solo Miguel Ricart Tárrega sabe a ciencia cierta si es culpable o inocente a nivel objetivo. Al resto de pobres mortales únicamente nos queda especular. Por tanto voy a escribir una reseña falible y plagada de humanidad rebosante, que implica opinar subjetivamente y con mucha probabilidad, equivocarme. 

   Me gusta leer libros de (como creo que también a una mayoría le gusta el) true crime. Por descontado que he leído todo lo que cayó en su día en mis manos sobre el llamado crimen de Alcácer (Alcàsser en valenciano). Se trata de un mediático (y mediatizado a la fuerza) caso de secuestro, violación, tortura y asesinato de tres adolescentes, Míriam (de 14 años), Toñi (de 15 años) y Desirée (de 14 años). Sucedió la noche del viernes 13 de noviembre de 1992 cuando las tres adolescentes se dirigían desde Alcácer a una discoteca situada en la cercana población de Picassent, haciendo autoestop. Esa misma noche desaparecieron hasta el 27 de enero de 1993, cuando dos apicultores encontraron sus restos semienterrados en el barranco de la Romana, cercano al pantano de Tous, Valencia. La situación y los hechos se convirtieron en un nuevo producto televisivo, considerándose el caso que dio comienzo a la telebasura, debido a la movilización mediática intensa que promovió uno de los padres de las niñas, Fernando García Mediano, nacido en Sevilla en 1951, el cual, disconforme desde el principio con las autopsias y la investigación policial tras la aparición de los cadáveres, se encargó de elaborar una teoría de la conspiración tan descabellada (con la ayuda del periodista español especializado en crónica negra Juan Ignacio Blanco Durán [1956-2019]) que llegó a tener problemas legales y judiciales por acusaciones infundadas e irregularidades económicas, obviando todo el trabajo de investigación policial que, tras seguir las pistas encontradas, les condujo a dos delincuentes comunes asociados con la venta de drogas, secuestros, extorsiones, robos y atracos: Antonio Anglés Martins (nacido el 25 de julio de 1966 y desaparecido-fugado desde el 13 de marzo de 1993) y el protagonista de esta reseña: Miguel Ricart Tárrega. Finalmente Ricart fue el único enjuiciado durante un no menos mediático juicio en Valencia a lo largo de 1997, del cual salió culpable (a pesar de su declaración de inocencia) pasando 21 años encerrado en varias cárceles, hasta ser liberado el 29 de noviembre de 2013. La teoría de la conspiración establecida por García y Blanco caló profundamente en la sociedad española, dividiendo a la opinión popular entre partidarios y detractores. Como podemos comprobar en la autobiografía ricartiana novelada, evidentemente el protagonista se acoge a esa percepción conspiranoica favorable a sus intereses, pero... ¿Tiene algún sentido, coherencia y plausibilidad la versión de Ricart? Analicemos la cuestión al detalle.

   El libro tiene 262 páginas y está dividido en una nota del autor, un prólogo escrito por Manu Giménez, una especie de introducción titulada Tras la larga espera y 36 capítulos. Tanto la introducción como los capítulos están escritos en forma novelada tipo suspense y crónica negra autobiográfica, narrada claramente por Ricart mientras Ruiz transforma esa narración en algo más o menos literario (sin perder la sensación espontánea y callejera de un Ricart expresándose al natural). La lectura avanza con rapidez y engancha, por tanto considero que es un buen libro desde la perspectiva literaria e independiente de la valoración sobre la veracidad o su falta en el testimonio de Ricart. Recorre desde la infancia hasta la actualidad, terminando en un emotivo punto de inflexión que se asemeja lo más cercano a un final "feliz" y es un cierre impecable a mi parecer (desde el punto de vista literario y que apela a nuestra humanidad empática). No obstante la infancia que Ricart nos narra es un tanto sospechosa, pues si los malos tratos recibidos por parte de su padre son plausibles en un alcohólico frustrado, eso no impide que la exposición ricartiana despierte mis suspicacias, pues la veo demasiado exagerada y centrada en que empecemos empatizando con él en una posición a la que se aferra y no suelta: la de víctima. ¿Víctima Ricart? Podría ser. Pero su trayectoria juvenil independiente del caso Alcácer apunta maneras desde bien pronto más hacia la de un victimario que la de una víctima, al menos según su propio testimonio como delincuente habitual y heroinómano que, eso sí, reconoce, aunque con muchos matices, intentando justificarse de diferentes maneras, apelando bastante a su traumática infancia y la empatía del lector. El retrato adolescente y juvenil autobiográfico es el de un inadaptado social incapaz de mantener un solo trabajo durante el suficiente tiempo, así como tampoco es capaz de mantener una relación de pareja mínimamente funcional y poco a poco vamos asistiendo a su inmersión en el mundo de la delincuencia, hasta acabar metido a fondo en casa de la familia Anglés, una familia muy dudosa y desestructurada, con varios componentes totalmente inmersos en la delincuencia asociada a las drogas, los robos, los atracos e incluso la extorsión, el secuestro y la violencia, con fines siempre criminales.

   Entonces, cuando ya estamos metidos en una historia de suspense y crimen donde todo parece indicar que por fin va a confesar la verdad de lo sucedido con el caso Alcácer, nos sorprende en un giro de guion bastante difícil de creer a menos que seamos conspiranoicos de manual o nos despierten confianza las teorías de la conspiración. En el capítulo 15. Las niñas desaparecidas (páginas 106 a 110) Ricart lo deja muy claro: la noche del viernes 13 de noviembre de 1992 se fue con Roberto, Mauri, Kelly y Loli a cenar a un restaurante chino. Detalla la cena hasta la botella de licor de rosas y vasos de chupitos, que, a pesar de estar fuerte les ayudó a digerir la comida. Incluso incluye una graciosa anécdota con Mauri. Después se dirigieron a un karaoke, se despidieron y regresaron a casa. Esto sucede en la página 108. Evidentemente, a partir de entonces y hasta el final del libro, el asunto queda claro en su línea argumental, con la premisa "yo no estuve esa noche en Picassent rondando por la discoteca Coolor (a pesar de reconocer al principio del libro que frecuentaba esa discoteca a menudo) con un coche y por tanto yo no he podido ser parte del secuestro, violación, tortura y asesinato de las tres niñas de Alcácer". El problema grave y sospechoso que veo al aceptar esa afirmación de Ricart es la estrambótica, rimbombante y nada creíble (aunque popular) versión conspiratoria que debe fabricar después, a tiempo vencido, cuando es detenido la tarde del mismo día 27 de enero de 1993 tras encontrar los restos de las niñas desaparecidas. Aquí es donde considero de verdad que está la clave del asunto como opinión personal que expondré a continuación.

   La versión citada de Ricart empieza en el capítulo 17. A la comisaría de Patraix (páginas 119 a 124). Reconoce esto: "Tras un montón de preguntas donde no pude darles información de nada porque no sabía la respuesta, me preguntaron donde había estado el 13 de noviembre. Yo les dije que estuve en la cárcel. En verdad no era cierto pero con los nervios me equivoqué de mes". En este reconocimiento de lo que pasó Ricart muestra su cara como mentiroso (justificada por los nervios), que luego se extenderá hasta el final, de ahí que a mi juicio no sea una persona confiable incluso hasta en el caso de tener razón. Entonces empieza al finalizar el capítulo un relato de malos tratos por parte de la Guardia Civil llevado a un extremo más desproporcionado en nivel de violencia que las palizas de su padre en la infancia: sangre, moratones e incluso costillas rotas. Pero la clave de toda su argumentación defensiva se encuentra en el siguiente capítulo 18. La declaración pactada (páginas 126 a 130). Tras un relato de torturas, palizas, vejaciones y maltratos diversos Ricart afirma que un guardia civil le amenazó con la idea de que le pasara lo mismo que a las niñas a la ex novia y a su hija pequeña en común. Por último, tras hablar con su abogada, termina contándonos que unos guardias se sentaron frente a él en la mesa, mostrándole unos documentos ya completados que le obligaron a leer y firmar. A partir de aquí da comienzo un relato victimista conspiranoide bajo la premisa del inocente chantajeado con la vida de su hija, que ha memorizado su implicación falsa en el crimen de Alcácer, como parte de un montaje orquestado por la Guardia Civil, para repetirlo. ¿Podría ser cierto lo afirmado por Ricart? Personalmente no lo creo por una sencilla razón: su trayectoria delincuencial le aproxima a otros criminales, violadores y asesinos con perfiles similares. Esto no significa que sea cierto lo que digo, sino que es mi impresión subjetiva. Me viene a la cabeza el caso Wanninkhof-Carabantes, que sí fue en principio un error judicial grave reconocido, al ser acusada, juzgada y encarcelada injustamente María Dolores Vázquez Mosquera, pero luego se demostró que el asesino era el británico Tony Alexander King. Con un comportamiento que me recuerda sospechosamente a Ricart, primero confesó los crímenes pero luego modificó las confesiones varias veces hasta terminar retractándose, afirmando ser inocente y manteniendo correo epistolar con la madre de Rocío Wanninkhof, al defender una teoría de la conspiración menos escabrosa que la de García-Blanco en el caso Alcácer, pero también creída con vehemencia patológica por la madre de Wanninkhof, que deseaba seguir inculpando a Dolores Vázquez a pesar de haberse demostrado su inocencia, siendo todo producto (el error judicial y la conspiranoia) precisamente de la "alcacerización" mediática del caso.

   En los siguientes capítulos Ricart sigue afirmando que le hicieron firmar nuevas confesiones modificadas bajo la misma premisa que amenazaba la vida de su hija. En el capítulo 19. Ingreso preventivo y sin fianza (páginas 132 a 137) se implica de pleno en la teoría conspirativa sin vuelta atrás: "Fue entonces cuando me di cuenta que estaban todos metidos en el ajo. Policía, guardia civil, jueces, abogados y la gente trajeada de la que no había vuelto a ver a nadie. Estaba claro que querían cerrar el caso con un culpable, y yo había sido elegido sin haber participado en nada de aquello. Era asombrosa la conspiración que se estaba tejiendo, y lo peor era que mi testimonio estaba contribuyendo a seguir el guión que ellos querían. Sin embargo no tenía otra opción; si bien mi vida me importaba poco en ese momento, la vida de mi hija lo era todo. No podía arriesgarme a que le ocurriera algo, no podía permitir que sufriera el mismo destino que esas pobres chicas". Se trata de una conspiranoica argumentación que intenta retroquelar heroicamente la percepción del lector proclive a creer en teorías conspirativas, pero meter a policías, guardias civiles, jueces, abogados y gente trajeada sin evidencias, pruebas ni hechos (recalcando que no hay evidencias, pruebas ni hechos para acusarle a él en otro capítulo) es equivalente, según yo lo veo, a meter a masones, templarios e illuminatis, o a Bill Gates, o a George Soros, o a la dinastía Rockefeller, o a la dinastía Rothschild, o al club Bilderberg, o a los judíos, o a las brujas, o simplemente a las altas esferas de la política y los negocios para rodar películas snuff. Sí, podría ser, como podría ser lo que nos queramos inventar. Pero en este caso veo la navaja de Ockham como una solución bastante más probable: ¿Qué probabilidad hay de una conspiración tan consensuada por todos los estamentos sociales y por tanto, nada barata de llevar a efecto, en el secuestro, violación y asesinato de tres mujeres adolescentes que hacen autoestop, de noche y en una zona poco iluminada? ¿Qué es más probable, que dos delincuentes comunes, uno de los cuales ya había insinuado secuestrar, violar y matar a chicas jóvenes haciendo autoestop, lo lleven a efecto, o que se movilicen todos los recursos institucionales de una sociedad para que no se sabe quién o quiénes hayan decidido dar rienda suelta a sus perversiones? Cada cual deberá responderse a sí mismo según su manera particular de razonar.

   Y tras pasar unos capítulos entre cárceles, abogados y la traición de su hermana llega la hora del juicio, en el capítulo 22. Comienza el Juicio (páginas 160 a 166) que se extiende durante 4 capítulos. A partir del capítulo 27. Mi vuelta a Herrera de la Mancha (páginas 195 a 199) nos adentramos en la recta final del libro donde, ahí sí, asistimos a su permanencia durante dos décadas en diferentes cárceles españolas y lo vivido tras salir de la cárcel, a partir del capítulo 32. Fuera de la cárcel (páginas 225 a 231). Desde ahí hasta el final vemos al Ricart más humano, sometido a la presión de la circunstancia y sus consecuencias posteriores, que le impiden rehacer su vida y le llevan a recaer en las drogas. En este aspecto podemos empatizar con facilidad y darnos cuenta (tanto si es culpable como inocente) de que se trata de un ser humano como cualquier otro, con las mismas necesidades, anhelos, aspiraciones, ilusiones, intentando reinsertarse pero recayendo y volviendo a intentarlo de nuevo, empezando de cero. Aunque lo mejor de todo a mi parecer es el último capítulo y del que, por motivos obvios, no voy a contar nada.

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