Los temas tratados en estas reflexiones son temas muy concretos que, aunque considero que podrían interesarle a cualquiera, pues a todos nos incumben, en realidad no es así como suceden las cosas y ahí es donde radica la gracia y la maravilla a mi parecer de la diversidad humana, donde, como suele decirse, cada cual, de su padre y de su madre, remarcando precisamente esas diferencias que nos caracterizan como individuos.
Hace casi 30 años estaba saliendo de la adolescencia y entraba de pleno en la juventud. Durante ese tránsito entre el final de los 19 y el comienzo de los 20, de repente, sin motivo aparente, sin razón de ser, sin justificación alguna, me invadió la imperiosa necesidad de leer libros. Al principio fue un acto derivado de mi interés por las artes marciales japonesas y chinas que acababa de conocer gracias a un compañero del servicio militar con el cual hice amistad (y que al final solo practiqué durante un breve periodo de tiempo). Pero fue precisamente ese ocasional interés el que me llevó a descubrir una serie de filosofías religiosas de vida subyacentes. Todas las artes marciales asiáticas estaban fuertemente influenciadas por e impregnadas de budismo y taoísmo.
Pronto me quedé estupefacto. Me pregunté a mí mismo: ¿En qué mundo vivo? ¿De dónde procedo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué es y qué representa mi mundo, entonces? Había crecido durante la infancia y adolescencia en la España de la Transición democrática. Nací unos meses antes de que muriera el dictador militar ultraconservador Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), autoproclamado "caudillo de España por obra y gracia de Dios". Es decir, que vivía en un país "secuestrado" desde hacía siglos por el catolicismo cristiano más conservador. Evidentemente yo no tenía nada que ver con ese mundo, realidad y forma de vida. No me identificaba con los valores, principios, creencias y formas de vida a mi alrededor. Era una especie de heinleiniano "forastero en tierra extraña". Y ahí es donde empecé a percatarme de ciertas cosas. ¿Somos como somos porque nosotros lo decidimos conscientemente así o somos como somos a pesar de nosotros mismos y nuestras decisiones? ¿Será cuestión de una combinación entre ambos aspectos?
Paréntesis y reflexión elíptica intercalada: uno de los debates más apasionantes e interesantes para mí es el de la cuestión del determinismo y el libre albedrío. ¿Está todo determinado de antemano o tenemos libertad para elegir? Los pensadores e intelectuales de todo pelaje (desde la religión hasta la ciencia, pasando por la filosofía) llevan siglos, milenios, reflexionando sobre ello y dando sus opiniones subjetivas sobre la cuestión. Durante diferentes etapas de mi vida he indagado y adoptado provisionalmente cada una de las posiciones que hay en este debate. Hace un tiempo que me pregunto: ¿Y si la cuestión no está en una respuesta cerrada a favor o en contra de una posición concreta y es más bien una cuestión de la combinación entre ambas posiciones? ¿Podría ser que hubiera una parte de determinismo y otra parte de libre albedrío?
Se despertó mi interés por el budismo tibetano en principio y pocos meses después empecé a estudiar y practicar el budismo zen japonés, que era más acorde y cercano a las artes marciales de las que provenía. Desde el principio me sentí como en casa. Pero aunque creía haber encontrado por fin mi lugar, todo cambió a mejor un año después, cuando me sumergí en el hinduismo. Pronto sentí una profunda conexión con la India y empecé a practicar hatha yoga, comprometiéndome a fondo. Era 1996 y apenas tenía 21 años de edad. Me dejé barba (siempre tuve una fijación peculiar con las barbas y quise que me creciera desde la adolescencia, cuando apenas me salían cuatro pelos ridículos) y me convertí en todo un yogui. Pero de nuevo me sucedió algo inevitable: el hatha yoga era más bien una invención hindú perfecta para occidentales, pero yo necesitaba algo más. Así que me puse a indagar en aspectos más internos y menos conocidos, como el raja yoga, el bhakti yoga, el karma yoga, el mantra yoga o el tantra yoga, aunque mi verdadera aspiración para el comienzo de 1997 era el kundalini yoga. Por descontado que los líderes sectarios y gurús hindúes más que dudosos como Siri Singh Sahib Harbhajan Singh Khalsa Yogiji (1929-2004) más conocido en Occidente por el nombre Yogui Bhajan nunca me convencieron y mis prácticas kundalínicas se fundamentaron en otras fuentes poco o nada conocidas y especialmente en mi autodidactismo intuitivo.
Pero al ser un espíritu inquieto, curioso e inquisitivo no me pude detener ahí y continué mis indagaciones en todas (o casi todas) las tradiciones espirituales de Oriente pero también de Occidente, incluyendo el ocultismo y el esoterismo.
Toda la espiritualidad se fundamenta en la misma premisa: existe la vida material basada en la física, lo perceptible, lo medible y pesable, pero también existe la vida inmaterial basada en la metafísica, lo imperceptible y que no se puede (al menos de momento) medir ni pesar.
Para poder sustentar la premisa espiritual es necesario recurrir a la subjetividad y las creencias, pues no tenemos maneras de objetivar ni demostrar su existencia o su inexistencia, que básicamente y a grandes rasgos se sustenta en la hipótesis de la dualidad cuerpo-mente, cuyo argumento principal es la afirmación de que existe una entidad inmaterial que estaría más allá del cuerpo material y por tanto trascendería el tiempo y el espacio, sobreviviendo a la muerte del cuerpo para seguir existiendo de alguna manera en otros lugares o dimensiones. En muchas tradiciones espirituales, sobre todo asiáticas, no obstante se contempla el regreso de esa entidad en otro cuerpo, llamándose reencarnación a la creencia que afirma esa posibilidad (la versión griega antigua lo llamaba metempsicosis).
Desde siempre me ha fascinado esta posibilidad, a pesar de ser una mera creencia sin ningún fundamento. Pero transcurrido el tiempo y a medida que entraba en la madurez me fui distanciando del orientalismo, el esoterocultismo y la espiritualidad en general, debido a las vicisitudes absorbentes de la vida cotidiana.
Lo primero que me hizo dudar y distanciarme fue la extrema subjetividad del asunto: cada tradición religiosa discrepa bastante en sus afirmaciones sobre lo espiritual y cada una se vende a sí misma como la verdad absoluta. Luego tenemos la famosa y conocida afirmación de que podemos ser espirituales pero no religiosos, cosa que siempre me ha parecido peculiar, pues la espiritualidad afirma lo mismo que las religiones, pero descontextualizando las doctrinas y amalgamando sincréticamente lo que le interesa de varias tradiciones, aunque no aporta nada nuevo, esclarecedor ni interesante, especialmente en lo que concierne al movimiento nueva era. ¿Existe la mente o es un epifenómeno residual de la actividad neurológica? ¿Existe el alma o es una invención de las religiones? ¿Y el espíritu? ¿Son la misma entidad nombrada de forma distinta o son 2 entidades diferenciadas? ¿Somos el espíritu? ¿Somos el alma? ¿Somos el cuerpo?
Cada tradición espiritual, cada religión, cada clérigo, cada gurú tiene las aparentes respuestas a todas estas preguntas y muchas otras, pero... ¿Tienen algún valor esas respuestas, más allá de la mera creencia subjetiva?
Desde la segunda mitad de 1995 nada me ha interesado más ni tampoco nada me parece tan apasionante y crucial como el tema de la consciencia y su estudio. Incluso al dar comienzo 2010 y durante un lustro aproximadamente, desarrollé un abordaje propio que se fundamentaba en la presunta importancia de la actitud, pero evadía el intento de dar respuesta a la cuestión de la consciencia. Aunque sí me centré bastante en la idea de diferenciar conciencia y consciencia que, a mí parecer en aquella época, eran 2 cosas distintas. Hoy no lo tengo tan claro. De este interés derivan 2 preguntas: ¿Qué es la consciencia? ¿Tiene alguna importancia para nuestra vida la cuestión de la consciencia?
Al igual que sucedió anteriormente en otro artículo donde reflexionaba sobre el deseo, hoy considero de suma importancia reflexionar sobre otro aspecto tal vez más significativo y relevante que el deseo: el miedo. ¿Qué es el miedo? ¿Tiene alguna importancia para nuestra vida la cuestión del miedo?
Aunque el miedo es definido por la Real Academia como 'Angustia por un riesgo o daño real o imaginario' y 'Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea', entendiéndolo como una emoción desagradable estimulada por la percepción de un peligro real o imaginario, considero, tras haber dedicado años a indagar sobre la cuestión, que esa definición es únicamente una pequeña parte coyuntural y secundaria del miedo. A mi juicio el miedo es la consecuencia inevitable de la ignorancia, entendida como desconocimiento. Por eso no estoy de acuerdo con la creencia popular cuya afirmación dice que la ignorancia es la felicidad. Todo lo contrario. La ignorancia a mi parecer (basándome en experiencias vitales propias y análisis exhaustivos de la vida humana en general) solo promueve una existencia a medio fuelle, plagada de sesgos cognitivos, falacias argumentales, errores de apreciación, decisiones equivocadas y comportamientos erráticos. Me da la impresión de que solo la ignorancia puede ser el origen y la causa del dogmatismo inflexible ideológicamente posicionado, pues el conocimiento que disuelve la ignorancia es un mecanismo autocorrector por definición. Para sostener una posición argumental e ideológica tenemos que comportarnos con seguridad afianzada, autoconvenciéndonos todo el tiempo de que tenemos razón, hasta que nos lo creamos de verdad y actuemos en consecuencia. Únicamente si ignoramos toda la información que contradice esa posición podemos seguir sosteniéndola.
Mi hipótesis provisional propuesta en este momento es que tal vez el desconocimiento sea el origen del miedo. Esto significa que me parece probable que la esencia de todo miedo sea la incertidumbre provocada por lo desconocido. Todo miedo se origina en el desconocimiento y por ello el ser humano nunca será capaz de eliminar el miedo de su vida (aunque a mi juicio sí puede aprender a gestionarlo de la mejor manera) por mucha seguridad que busque en sus certezas o en el progreso tecnológico que mejora su calidad objetiva de vida (empeorando como contrapartida equilibrante su calidad subjetiva de vida). El escritor estadounidense Howard Philips Lovecraft (1890-1937) dedicó toda su pluma, ingenio y breve obra literaria a explorar esa opción, intentando "exorcizar" de alguna manera (o sobrellevar de la mejor manera posible) su perplejidad atemorizada ante la vastedad insondable y desconocida del universo.
Pero... ¿Cuál es el mayor desconocimiento para el ser humano? ¿No será, tal vez, la muerte?
Por experiencia propia tengo una única seguridad fuera de toda duda: la autoconciencia de mi propia vida y su fin ha sido, es y seguirá siendo (muy probablemente) el aspecto más condicionante con diferencia de los 49 años de edad que tengo en la actualidad. Por eso nada me ha fascinado más durante mi vida desde hace 30 años que estudiar a fondo el sentido de la vida y especialmente de la muerte. El enfrentamiento radical y de cara con la esencia subyacente del mayor desconocimiento y por tanto origen del miedo en sí, manifestado a través de todos los pequeños miedos particulares. Por descontado que no existe respuesta objetiva a las preguntas: ¿Qué sentido tiene la vida?; ¿Qué sentido tiene la muerte?; pero sí podemos acceder a propuestas y modelos hipotéticos aproximativos. Simultáneamente me parece de gran relevancia para el ser humano (lo reconozca el individuo o prefiera ignorarlo selectivamente por sus motivos personales) responder a la pregunta más importante de la vida a mi parecer: ¿Qué hay o sucede tras la muerte? He aquí el quid de la cuestión; la gran pregunta.
Solo te pido un favor: suspende durante un instante tu sistema de creencias automatizado y las reacciones viscerales ante la gran pregunta, tanto si tu sistema de creencias ha decidido estar de acuerdo sobre la importancia de la pregunta o la ha considerado inmediatamente irrelevante. Si lo has conseguido (cosa difícil y harto improbable a menos que hayas trabajado con modelos prácticos para la desidentificación impersonal) te hago una propuesta, que en realidad es un reto: responder a la gran pregunta determinará el tipo de vida subjetiva que luego experimentarás durante el resto de tiempo de vida que te quede. Como llevo trabajando en diversas fases y etapas diferenciadas de investigación personal autodidacta sobre ello, despliego ante ti mi metodología reflexiva actual (que se va corrigiendo a sí misma a medida que avanzo y hago nuevos descubrimientos):
- No existe una respuesta objetiva ni verificable más allá de toda duda, por tanto será una equivocación buscar certezas corroborables.
- Toda respuesta será subjetiva, personal e intransferible, lo cual significa que cada cual encontrará sus respuestas individuales, aunque luego pueda compartir sus conclusiones con el resto de congéneres.
- La verdadera utilidad no estará en haber encontrado la respuesta verdadera, sino las respuestas útiles para gestionar correctamente de la manera más óptima nuestro desconocimiento ante la muerte y lo que sucede después.
- Nunca afinaremos en nuestras respuestas ante la gran pregunta si finalizamos pronto la indagación uniéndonos a un credo religioso, filosófico o espiritual ya establecido y cuya función es adherir nuevos creyentes.
- Antes de buscar respuestas a la gran pregunta debemos hacer una revisión vital de nuestro sistema de creencias y liberarnos progresivamente de todo lo que contiene, con respuestas prefabricadas de antemano y adquiridas por influencias externas no elegidas (familiares, sociales, religiosas, profesionales).
- Ningún clérigo, sacerdote, mentor, guía, maestro o gurú puede ni debe responder por nosotros a la gran pregunta, aunque sí puede aportarnos ciertos conocimientos que podrían ser esenciales si sabemos sustraerlos a su influencia residual condicionante, debido al rol que interpreta.
- Las respuestas que encontremos tendrán una utilidad siempre personal e intransferible; sabremos si hemos acertamos en nuestra respuesta personal y solo útil para nosotros porque nos dará paz, teniendo la mente en calma y viviendo una vida tranquila.
Me tienes sorprendido amigo
ResponderEliminarMe gusta leerte porque me haces pensar tío
Eres un grande
Te agradezco de corazón ese gusto que tienes por leerme y pensar en lo que reflexiono. Es todo un detalle muy elegante por tu parte.
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