martes, 30 de julio de 2024

Una reflexión sobre los estados del ánimo y la lectura

El domingo 28 de julio de 2024 experimenté una desconexión total de la lectura. Es algo que me pasa a menudo cuando vivo algún tipo de proceso vital que me afecta a nivel psicológico, especialmente al oscilar el estado de ánimo, alterándose de diversas maneras (unas veces con justificación objetiva y otras veces sin ella, quedando como algo subjetivo e íntimo). En este caso considero que en parte es justificado (debido a unas circunstancias personales difíciles) pero también en parte es injustificado. Aquí entra en juego aquello que llevo tiempo estudiando sobre los procesos psicológicos humanos y desde hace 11 años catalogo como "hiperactividad mental del pensamiento". Esa entelequia (al ser una idea especulativa pero sin base ni fundamento real) a la cual llamamos "mente" (también alma y espíritu) es, a mi juicio, lo más peculiar e interesante en nuestra especie, de todo lo que hemos inventado. Hace casi tres décadas, cuando empecé a leer libros poco antes de cumplir la veintena, indagué en el budismo tibetano por primera vez y en pocos meses me sumergí en toda la espiritualidad sin discriminación. Luego, por el tiempo, fui aprendiendo a diferenciar la información, pues no toda tiene la misma calidad en esos mundillos (aunque para un crítico severo no haya demasiada distinción). Desde mi inexperiencia e ignorancia juvenil tomé como referentes entendidos a monjes budistas, gurús hindúes y maestros espirituales occidentales que plasmaban sus respectivas enseñanzas en los libros que solían escribir (o en las charlas que impartían y los diálogos en los que participaban). Confíe plenamente en ellos y su presunta sabiduría. Me embarqué pronto en la práctica de los métodos que proponían (meditación, pranayama, yoga, visualización, concentración, proyección astral, etcétera) convencido de alcanzar todo aquello que prometían. Pero fue pasando el tiempo y empezaron a llegar las decepciones, pues lo prometido nunca se alcanzaba, quedándose (en el mejor de los casos) en quimeras: ideales muy bonitos pero totalmente desincronizados de la realidad. En el peor de los casos (y no eran pocos esos casos) se trataba de engaños, embaucamientos, fraudes, estafas. Demasiado pronto (pero inevitablemente) tropecé con el "supermercado espiritual" donde nada es lo que parece y lo que parece normalmente nunca es. Corrido un cuarto de siglo y tras leer la mejor divulgación científica fui descubriendo que todas las afirmaciones que hemos realizado a lo largo de la historia sobre aquello que va más allá del físico, la materia y lo tangible (metafísica, lo llama la filosofía, al menos desde Aristóteles en Grecia y por extensión, en occidente) no tiene el más mínimo fundamento, evidencia, base ni prueba. No significa (cuidado con esto) que no exista; significa que no tenemos hechos fehacientes demostrados e inequívocos sobre ello, por tanto, lo único que podemos afirmar es que se trata, en principio (y mientras no se demuestre lo contrario) de creencias sin más. Pero no obstante sí hay una realidad inequívoca en nuestras vidas y es los oscilantes estados de ánimo en los que nos vemos envueltos a diario, como dije más arriba, a veces con fundamento objetivo y otras sin él. De momento parece ser que solo podemos asociarlos a la actividad cerebral, pero eso mismo me parece de lo más fascinante, pues nos lleva a reflexiones con un profundo calado, al menos a mi parecer: ¿Podemos, entonces, manipular y modificar nuestra conducta de alguna manera o se trata solo de la ilusión más fantasiosa que hemos inventado y simplemente respondemos o reaccionamos según nuestra configuración neurológica y genética particular? Observándome desde una extensa autoindagación introspectiva y observando a mi alrededor con una intensa atención selectiva no tengo nada claro, pero tras haber intentado muchos abordajes durante esos 29 años transcurridos, me da la impresión de que poco se puede hacer (y la convicción de que cuanto más hacemos lo único que conseguimos es empeorar las cosas). Tal vez (aunque no lo sé) los taoístas filosóficos tuvieran algo de razón. ¿Sería posible que la perspectiva de unos letrados desheredados y venidos a menos en la antigua China de hace dos milenios y medio (aproximadamente) tuvieran algo interesante que aportar a nuestra actualidad? Para aproximar una posible respuesta a quien pueda interesar estas dos preguntas creo que podría ser interesante leer exactamente dos libros del doctor en filosofía, traductor, tibetólogo y pionero de la moderna sinología española Iñaki Preciado Idoeta, nacido en 1941 en Madrid: LOS LIBROS DEL TAO. TAO TE CHING (Trotta, Madrid, 2006) y LA RUTA DEL SILENCIO. VIAJE POR LOS LIBROS DEL TAO (Trotta, Madrid, 2018) en ese orden.

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